sábado, 19 de junio de 2010

Guillermo Payne







El famoso poema anticlerical de Adela Zamudio “Quo Vadis” fue inspirado en unos sucesos violentos que estremecieron a la ciudad de Cochabamba en 1902. Los munícipes conservadores y católicos trataron de impedir la instalación de una iglesia evangélica dirigida por un pastor protestante irlandés, quien contaba con frontal respaldo del régimen liberal. Aquella “guerra de las biblias” fue prolegómeno de una reforma constitucional que permitió la libertad de culto en Bolivia
Era la primavera de 1902 cuando el Concejo Municipal hizo comparecer a un extraño vendedor de biblias no católicas, quien había instalado una librería y sala de conferencias a media cuadra de la plaza 14 de Septiembre, sobre la Calle del Comercio (hoy Nataniel Aguire), alquilando la tienda de un munícipe liberal para establecer aquella que vino a ser la primera iglesia evangélica en Cochabamba.
El extranjero se llamaba Guillermo Payne (1870-1924). Era un predicador irlandés que había llegado a Bolivia con la Misión Bautista Canadiense, considerada una secta religiosa que, sin embargo, gozaba de respaldo gubernamental en el flamante régimen liberal instalado tras la Revolución Federal.
“El Heraldo” se vistió entonces de sotana y claramente influido por monseñor Jacinto Anaya —el Obispo de Cochabamba que era asesorado por su maquiavélico secretario Fray Pierini— lanzó esta inquisidora crónica publicada el 20 de septiembre del 902:
“En mérito a la resolución adoptada por el H. Concejo Municipal en el asunto de la propaganda protestante, fue llamado al salón de sesiones el jefe principal de los conferencistas, a quien se le hizo presente que la Municipalidad, en uso de sus atribuciones, estaba en el caso de interrogarle sobre su procedencia, su oficio y los fines que perseguía”.
“El Heraldo” ofrecía esta versión sobre la respuesta de Payne: “Con todo desplante, y sin guardar ninguna de las más triviales reglas de cortesía ni urbanidad, como quien cuenta con un apoyo poderoso que le escuda de la sanción de las leyes, pregunta a su vez qué derecho tenía el Concejo para hacerle tales interrogaciones”.
Entonces la autoridad edil hizo saber al protestante sus competencias: “El Presidente, con la entereza que le imponía su deber, le manifestó cuál era la autoridad que inviste el Concejo —como encargado por la ley del pueblo— para velar por las buenas costumbres e inquirir por la observancia de los reglamentos tanto a nacionales como extranjeros que ofrecen espectáculos públicos o venta de libros u otras mercaderías”.

Y fue así que Payne se presentó: “El extranjero respondió que se llama Guillermo Payne, que es fotógrafo, pastor protestante, y tiene todos los oficios que se ignoran en este país que no conoce el protestantismo. Que es oriundo de Irlanda, que venderá biblias tan pronto llegue su cargamento y que consultará con abogado sobre si deberá o no sujetarse a las leyes del país”.

Luego la clerical sentencia municipal: “Entonces se le hizo conocer la Resolución Municipal por la que se le prohíbe celebrar ceremonias ajenas a las costumbres religiosas del país. Salió el sujeto como perro cencerro”.

Así comenzó una singular guerra de cultos que habría de concluir con el fin del monopolio de la religión católica en el municipio cochabambino. Payne había decidido no acatar la prohibición del Concejo y persistió en su misión protestante.

Arcángeles municipales
Cuando las prédicas de Payne llegaron a oídos del obispo Jacinto Anaya, éste se sintió crucificado y lanzó un grito al cielo invocando el auxilio de los santos arcángeles municipales. Pero cuando el Concejo Municipal anunció una multa contra Payne por violar la ley del exclusivismo católico, el también cochabambino Aníbal Capriles, ministro de Gobierno del régimen liberal, amenazó con enjuiciar a los munícipes “por atentar contra la libertad de comercio”.
El gobierno liberal sabía que el Concejo Municipal podía multar a Payne por realizar cultos no católicos prohibidos por la Constitución de 1888 todavía vigente. Por eso Payne insistía en identificarse como simple “vendedor de biblias” y, apoyado por las autoridades liberales, hacía prevalecer su derecho constitucional de ejercer el libre comercio.

Desde la Paz, ¡vade retro Satán!, el gobierno de José Manuel Pando era el principal promotor de las actividades de Payne en Cochabamba. Encubierto como “vendedor de biblias”, el evangelista cumplía en los hechos una misión gubernamental relacionada con el programa liberal de romper el monopolio del culto católico como religión oficial del Estado. Era una vieja consigna liberalista que el propio mariscal Sucre puso en práctica cuando expropió conventos y monasterios para convertirlos en teatros y escuelas.
La ciudad se desbautizaba y su Concejo Municipal alzó la cruz y la espada para librar la santa batalla.
Benjamín Blanco, quien entones era presidente del Concejo Municipal, mandó un extenso telegrama al ministro Capriles defendiendo las prohibiciones impuestas a Payne. La misiva, una joya anti-protestante y clerical, fue reproducida por “El Heraldo” en su edición del 25 de septiembre de 1902 y no resistimos la endiablada tentación de copiarla textualmente:
“Payne no es vendedor de biblias y no las tiene. Con apoyo de las autoridades política y judicial (Caballero y Salinas) daba en su casa funciones de rito protestante invitando por tarjeta y empezando con cantos al piano de dos mujeres a su servicio. Recitación de salmos y blasfemas contra la sagrada escritura y la Virgen Santísima, forman el espectáculo donde acuden a distraerse colegiales y gente desocupada. La Municipalidad recibió una solicitud de amparo de lo más selecto de las señoras de esta ciudad (…). En consecuencia la Municipalidad mandó llamar a Payne que se portó descortés y le intimó que no podía dar semejantes funciones sin autorización de la Municipalidad, que le prohibía darlas en adelante. Y sin embargo esa misma noche volvió a dar su función consabida, con apoyo de la autoridad política, que le mandó guardias para no ser perturbado en sus rituales disidentes. El Concejo hasta la fecha no ha aplicado multa alguna. Por correo seré más largo. Benjamín Blanco”.

El Ministro de Gobierno respondió a Blanco esgrimiendo la ley de Adam Smith: Dejar hacer, dejar pasar.

La batalla final
El evangelista Payne era un poderoso advenedizo. La arrogancia con que se enfrentó a los viejos patriarcas del municipio exasperó los ánimos y fue la chispa que hizo estallar la guerra declarada desde el Concejo Municipal y desde el Obispado. Benjamín Blanco y Jacinto Anaya eran los comandantes en jefe de un ejército de lacrimosas beatas e indignados feligreses que decidieron tomar la justicia divina en sus manos.
A fines de septiembre de 1902, según una crónica de Augusto Guzmán, “el catolicismo local juntó sus huestes en popular muchedumbre y arremetió, incontenible y despiadado, contra la sede del protestantismo. Arrojando a la calle muebles y enseres, la embravecida turba se puso a quemarlo todo”.

Fue entonces cuando Fidel Araníbar, prefecto del régimen liberal, encomendó al Regimento de Caballería Abaroa la misión de dispersar a la turba católica en defensa de Payne y sus acólitos, quienes “tuvieron que huir por las paredes bajo la protección militar para poner a salvo sus vidas”. El avance de la caballería era acompañada por traviesos niños de los barrios del sur, hijos de artesanos y chicheros que, desde Caracota, aprovecharon el escándalo para ingresar a la Plaza Principal y tomar festiva y bulliciosamente ese espacio prohibido al “bajo pueblo”.

Guzmán describe así el enfrentamiento: “La carga marcial del Abaroa contra la turba fanática provocó otra manifestación de protestas, acaudillada por señoras de sociedad que censuraron la severidad justificada de la represión. Los jacobinos por su parte también fueron actores de otro hecho violento: apedrearon el Seminario donde se educaba la juventud católica”.

El director del Seminario apedreado era Francisco Pierini, fraile que asesoraba a monseñor Anaya.

Pierini era un hábil manipulador de la sensibilidad femenina y organizó una hueste de señoras beatas con el argumento de que la presencia de Payne en Cochabamba era parte de una conjura internacional del Anti Cristo para derribar al Papa León XIII. Ante semejante plan satánico, las damas de la sociedad cochabambina redactaron un “Pliego de Amparo” a favor del Papa recolectando firmas en toda la ciudad. Cuando las soldadas de Pierini golpearon la puerta del poeta Adrián Pereira pidiendo su firma en el “Pliego de Amparo”, el vate respondió con el ingenio propio de la viveza valluna: “¡Cómo pues yo lo voy a amparar al Papa, si más bien el Papa tendría que ampararme a mí!”.

Los incidentes religiosos de Cochabamba fueron el antecedente inmediato para la futura Reforma Constitucional que posibilitó la libertad de culto en Bolivia, medida materializada ya en 1906 con la Ley de Abolición del Fuero Eclesiástico dictada por el gobierno de Ismael Montes.

El verso santo de Zamudio
La reforma moral, intelectual y religiosa que trajo la Revolución Federal en los albores del siglo XX, tuvo, desde Cochabamba, el respaldo de talentos tan brillantes como el de Adela Zamudio. La maestra y poetisa, una auténtica santa anti-clerical, fervorosa mariana y fiel creyente de Santa Teresa de Ávila, afianzaba su cristianismo en un radical repudio contra la doble moral de la cúpula romana y contra el poder autoritario de los jerarcas católicos que hicieron de este municipio un territorio encadenado a las sotanas.
Fue enemiga acérrima de fray Pierini y durante la crisis de 1902 apoyó sin tapujos al “vendedor de biblias” Guillermo Payne. Los acontecimientos de septiembre inspiraron uno de los poemas más brillantes surgidos de la pluma de Zamudio. Fue publicado al iniciarse la cuaresma de 1903 en las páginas del “El Heraldo” bajo el título de “¿Quo Vadis?” y su lectura es obligada para entender mejor aquel singular contexto en la historia de nuestra ciudad:
La Roma en que tus mártires supieron en horribles suplicios perecer, es hoy lo que los Césares quisieron: emporio de elegancia y de placer.
Allí está Pedro. El pescador que un día profesó la pobreza y la humildad cubierto de lujosa pedrería ostenta su poder y majestad.
Feroz imitador de los paganos el Santo Inquisidor ha quemado en tu nombre a sus Hermanos… ¿A dónde vas, Señor?
Allá en tus templos donde el culto impera, ¿qué hay en el fondo? O lucro o vanidad. ¡Cuán pocos son los que con fe sincera te adoran en espíritu y verdad!
El mundo con tu sangre redimido, veinte siglos después de tu pasión; es hoy más infeliz, más pervertido, más pagano que en tiempo de Nerón”.

Estos versos provocaron una ruptura definitiva entre la poetisa y la curia local. Fray Pierini exigió la excomunión de Adela Zamudio; pero la poetisa supo imponer su lúcida visión religiosa con la tenacidad y transparencia de su pluma, contribuyendo a una profunda democratización y humanización de la sociedad cochabambina.