sábado, 19 de junio de 2010

Frank C. Laubach Misioneros de los analfabetas





Frank Charles Laubach (1884-1970) fue el principal pionero contemporáneo de los programas para la instrucción del adulto.
Mediante el fruto de sus esfuerzos como educador, comunicador y organizador, ayudó a millones de personas pobres alrededor del mundo para mejorar sus vidas con la instrucción.
Lowell Thomas lo llamó “el primer profesor de nuestras épocas.”

Enseñando a leer
Los misioneros que han traducido al Biblia tuvieron casi siempre otro trabajo que poca gente lo tiene en cuenta: enseñar a leer. En muchos casos, nadie ni siquiera había escrito nunca una palabra del idioma local, y entonces también hacían lo que se llama “reducirlo a la escritura”.
En 1929, el misionero norteamericano llamado Frank L. Laubach, llegó a una gran isla al sur de las Filipinas, llamada Mindanao, y se estableció en el pueblo de Landao, entre gente conocida como los moros, aunque no tienen nada que ver con los que vivían en España y en el norte de Africa.
Era gente bastante difícil de tratar porque eran musulmanes devotos, lo que hacía particularmente complicada la tarea evangelística.

Lo primero que tuvo que hacer fue, por supuesto, estudiar el idioma. Y lo hizo ayudado por un hombre que había sido absuelto de una condena a veinticinco años de cárcel por asesinato.
El idioma se llama maranao y nunca había sido escrito. Laubach se puso a hacerlo.
Algunos habían intentado algo con las letras que usan los árabes, pero resultaba muy difícil, porque en árabe cada letra puede escribirse hasta de cuatro maneras diferentes, según donde está colocada. Laubach decidió usar nuestro alfabeto occidental y hacer que cada letra representara un sonido, no como ocurre en el idioma inglés que, a veces, una letra se pronuncia de una forma y otras veces de otra. En seis semanas había conseguido, con la ayuda de un moro, unas mil trescientas palabras.

Entonces resolvió instalar una escuela para enseñar a leer.
La dirección de Dios se mostró maravillosamente. Un tabernero le permitió utilizar un edificio vacío, que había sido un salón de baile, y que estaba a su cuidado. De otro lugar, le escribieron una carta ofreciéndole por doscientos cincuenta una imprenta que valía tres mil y, cuando la llevaron al viejo edificio, temiendo que el piso se hundiera por el peso de la máquina, encontraron una plataforma de cemento armado exactamente del tamaño que precisaban. Cuando Laubach la vio dijo: “Hace veinte años, Dios puso esto aquí para nosotros”.

Cuando empezó a funcionar la imprenta, todos fueron a mirar. Así vieron aparecer el primer ejemplar de un diario que se llamaba La Historia de Lanao” y que fue también lo primero que se imprimió en Maranao. Lo curioso era que no tenía lectores, porque nadie sabía leer. Como les daba mucho trabajo enseñar por métodos comunes, Laubach y su ayudante buscaron una forma mejor y encontraron un sistema que resultó ser magnífico.
Los moros aprendían a leer con una rapidez asombrosa, en parte porque son inteligentes pero, sobre todo por el método extraordinariamente bueno. Gente que no sabía ni una letra podía ller más o menos bien una página después de estudiar durante una hora. Una vez enseñaron a leer en media hora a diez hombres que estaban de paso y no podían quedarse más tiempo.
Laubach y sus ayudantes empezaron a enseñar por todas partes y el entusiasmo era enorme, tanto que la gente mantenía gran expectación mientras aguardaban que se imprimiera algo. El misionero decía que, posiblemente, su imprenta era la única del mundo de la que el público hubiera leído todo lo publicado.

A veces iban al interior, donde vivía gente poco amiga de los blancos y que siempre estaba empeñada en revoluciones. En una ocasión, uno de los rebeldes aprendió a leer en media hora y estaba tan agradecido que se ofreció a Laubach para matar a cualquiera que él quisiera. Por supuesto, el misionero no hizo uso de su ofrecimiento.
Una vez, un jefe de una aldea alejada fue a pedirle a Laubach que abriera una escuela en su pueblo. Laubach le explicó que no podían hacerlo por falta de dinero, pero en vez de eso, le propuso de enseñarle a leer a él, para que él mismo enseñara a su gente. El jefe estuvo de acuerdo, aprendió a leer y se fue orgulloso a enseñar a otros.

Llegó el momento en que la falta de dinero era tan grande que Laubach estuvo a punto de detener su trabajo. Cuando uno de los jefes se enteró, dijo al misionero: “Ésta campaña no va a detenerse por falta de dinero. Es la única esperanza de Lanao; si se interrumpe estamos perdidos. Todo el que aprenda a leer tiene que enseñar a otro. Si no lo hace, lo mataré”.
Estas palabras se hicieron famosas en todo el mundo. Laubach había estado pensando siempre en que la mitad del mundo no sabía leer, pero se daba cuenta que la tarea era demasiado grande para sus fuerzas. Encontró el secreto del éxito en lo que dijo el jefe maranao: “Todo el que aprenda tiene que enseñar a otro”.
En dos años aprendieron a leer más de mil quinientos moros maranaos y, cuando se enteraron de eso en otras partes de las Filipinas, invitaron a Laubach para que hiciera campañas parecidas. Después lo invitaron a la India, a muchos lugares de Africa, de Siria, de Turquía, Egipto, Etiopía, México, Brasil, Bolivia, y de otra partes del mundo.
En 1955, Laubach fundó la “Laubach Literacy”, que se asociaría en 2002 con “Literacy Volunteers of America, Inc” para conformar la “ProLiteracy Worldwide”.
Durante los últimos años de su vida viajó por todo el mundo enseñando sobre la importancia de la literatura y la paz entre los hombres. Escribió una gran cantidad de artículos y libros, tanto devocionales como temáticos literarios

Hoy día, más de ciento cincuenta millones de personas, que hablan más de cien idiomas distintos, han aprendido a leer con el método de Laubach. Y no es exagerado lo que dijo el mismo Laubach, de que este fue un suceso de los más importantes de la historia: Un mundo entero aprendiendo a leer.
Frank Laubach, también conocido como el “Apóstol a los Iletrados”